Bellas Artes se denomina a aquellas que tienen por finalidad expresar la belleza; históricamente las principales son: la arquitectura, la escultura, la pintura, la música (que incluye el teatro), la declamación (que incluye la poesía) y la danza. Es por ello que hoy en día al cine se le llama a menudo el séptimo arte.
Pero en España, que somos más papistas que el papa, hemos inventado algo así como el octavo arte; la tauromaquia. Y es que viene siendo habitual últimamente que a distintos matadores de toros se les galardone con la medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes, máximo galardón “cultural” que se concede en nuestro país.
En 2003 fueron Espartaco y Bienvenida, en 2004 Paco Camino, en 2005 José Mª Manzanares, en 2006 Enrique Ponce, en 2007 el ínclito José Tomás, y en 2008 Fran Rivera, que recibirá este mes de octubre su medalla.
Todos ellos han recibido el galardón en compañía de escritores, pintores, escultores, músicos, cantantes, actores y actrices, fotógrafos, arquitectos y diseñadores, entre otras dignas y ejemplarizantes profesiones.
Y llegados a este punto uno se pregunta, ¿es un arte bello el que practican los matadores de toros?. Seguro que hay personas que así lo creen, incluidos los sucesivos ministros/as de Cultura, el Rey de España, y algún que otro ministro más.
Estoy convencido que el toreo es en sí un arte basado en una técnica, del mismo modo que en la sala de despiece de un matadero podemos encontrar a verdaderos artistas con técnicas depuradísimas. Entonces, ¿porqué no se otorgan también las medallitas a algunos matarifes?, la respuesta es clara; en las salas de despiece de los mataderos no hay público, no hay música, no hay vítores, y tampoco cámaras de televisión.
Un matadero es un lugar frío, aséptico, donde se oyen los gritos despavoridos de las reses mientras se desangran y ven acercarse el inmediato final. Sin embargo el tránsito de la vida a la muerte es infinitamente más rápido en manos del matarife de cualquier matadero, que en las de un torero. En la plaza los gritos de dolor del toro son ahogados por el griterío de los espectadores y el sonido de la música de la banda.
Lo que se le hace al toro en la plaza es una tortura gratuita. Una tortura al servicio del lucimiento del torero y para el disfrute (curioso cuanto menos) de los espectadores. Un espectáculo en el que al toro se le clavan toda suerte de artilugios para debilitarlo, hasta que finalmente muere, a veces tras varias estocadas y descabellos. Un espectáculo para enriquecer a unos y embrutecer a otros.
¿Y eso merece una medalla de oro a las bellas artes?. Entendería la belleza plástica de una corrida si en ella no tuviera lugar la tortura innecesaria de un ser vivo, de un mamífero. Solo puedo explicarme tal afición, y tal galardón, como resultado de una especie de ceguera selectiva por la cual los aficionados son capaces de captar la belleza de unos pases, sin caer en la cuenta del sufrimiento propinado al toro. ¿Es posible que el público se pare a observar el ajustado traje de luces, y aquello que tal estrechez marca, sin ver siquiera los borbotones de sangre que vomita el toro?.
Yo creo que los espectadores y aficionados ni siquiera se plantean el sufrimiento del astado. Al toro lo ven como a una especie de objeto animado, una cosa de 500 kilos cuyo único objetivo es embestir a una muleta. No embiste por defensa, no lo hace para que dejen de propinarle dolor, lo hace simplemente porqué es una especie de máquina de embestir, una máquina imperfecta que en lugar de perder aceite va perdiendo un líquido rojo en el que parecen bañarse algunos toreros. Toreros como José Tomás, que cuando acaba una faena, con el rostro desencajado, lleno de sangre por doquier, brinda a los fotógrafos unas instantáneas de una plasticidad y belleza dignas de una película del más puro estilo “gore”.
El ministerio de “Cultura” premia a los mejores artífices del género “gore”, pero no nos engañemos, no son efectos especiales, la sangre es auténtica, el dolor y la muerte también, y las vísceras de los caballos reventados no son de silicona. Esa es parte de la cultura que enseñamos a nuestros menores, parte de la cultura que premiamos con oro. Luego nadie se extrañe que los jóvenes le pillen el gusto al género, y ante la imposibilidad de reproducir tan bellas artes ante un toro, lo hagan ante un gato, un perro, y en el peor de los casos, aunque todos son igual de despreciables, ante un compañero o compañera de clase. Todo sea por la plasticidad de la sangre, el dolor y el sufrimiento que conduce a la muerte.
En España se conceden premios al octavo arte, pero que nadie se engañe, una inmensa mayoría de los Españoles no aceptamos la tortura de un ser vivo como “bella arte”, ni como arte a secas, ni mucho menos como cultura.
1 comentari:
Enhorabona Carles:
Perdona al meu catalá, soc molt dolent al escriural.
Potser com a politic no tens futur dintre del meu cor garantit que si....
Moltes gracies per dir lo que penses.
Una abraçada desde l´ánima
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