divendres, 18 de juny del 2010

Descanse en paz Don José

Hoy la cultura ha quedado un poco más huérfana, la cultura se viste de luto. No amigos y amigas, no ha muerto un torero. No doña Esperanza Aguirre, tampoco ha muerto Sara Mago. Hoy falleció Don José Saramago. Y con su muerte también los animales perdieron a un defensor de su dignidad.

José Saramago ha sido un escritor excelente, prolífico y premiado, pero también su integridad moral, su excelente humanidad, en el más amplio sentido de la palabra, lo han caracterizado a él y a su obra. Nos queda su obra y sus reflexiones escritas. Hoy me gustaría recordar una breve nota que escribió en soporte de la elefanta Susi, y que pese a su brevedad destila un profundo respeto por los animales: http://cuaderno.josesaramago.org/2009/02/19/susi/

No es de extrañar que Esperanza Aguirre, tan aficionada a la auténtica cultura que ha declarado la tauromaquia Bien de Interés Cultural en la Comunidad de Madrid, pensase cuando era Ministra de Cultura, que Saramago era una mujer de nombre Sara y apellido Mago. Hay quién dice que es una pura leyenda urbana, que Esperanza jamás cometió tal confusión, sin embargo ahora ha demostrado tener una idea muy peculiar de lo que debe ser un bien de interés cultural, mezclando dolosamente el interés cultural y el comercial.

Descanse en paz Don José, nos queda su obra y su sentimiento, y cada vez seremos más los que no toleraremos que en nombre de la verdadera cultura se siga causando dolor y sufrimiento a seres inocentes.

dimecres, 2 de juny del 2010

Es evidente. Algo falla.

Poco o nada queda ya por decir a raíz de la salvajada acontecida en Alhaurín el Grande (Málaga), donde una horda de salvajes y crueles jóvenes maltrató a una vaquilla hasta la muerte. Las imágenes hablan por sí solas, y nadie en su sano juicio, nadie con un mínimo de corazón, es capaz de justificar tamaña vileza, semejante ensañamiento gratuito y cobarde.


Sin embargo no puedo resistirme a hacer un par de puntualizaciones que creo importantes. La primera es que no es de recibo estigmatizar a un pueblo por lo que unos cuantos jóvenes descerebrados, sean de donde fueren, han sido capaces de protagonizar. La culpa no es del pueblo, es de aquellos que han intervenido directa e indirectamente, de los que pegaron y se ensañaron con un pobre animal que no podía creerse lo que le estaba sucediendo, y de aquellos que lo han fomentado y permitido.

La segunda es más bien una pregunta: ¿Qué es lo que falla en nuestra sociedad para que unos jóvenes sean capaces de actuar con semejante saña contra un animal indefenso?. Yo creo que la respuesta es tan compleja como amplia, aunque se podría resumir en una escueta frase: falla la propia sociedad.

Del mismo modo que un asesino puede considerarse un fracaso de la sociedad, un maltratador de animales también. Cuando hablamos de jóvenes como los de Alhaurín, como los quintos de Torreorgaz, que torturaron y mataron a una burra, o como aquellos niños que dejaron invalido a un gatito, debemos necesariamente examinar las vivencias de esos jóvenes en su corta experiencia vital. Debemos necesariamente analizar la educación que recibieron.

Siempre que se habla de educación se tiene la tendencia a mirar de frente a la comunidad educativa. Y muy a menudo se obvia que la educación que recibe un niño es la suma de múltiples factores, la familia, el centro educativo y algo más complejo que podríamos denominar los patrones socialmente aceptados, y que es todo aquello que la sociedad da a entender al menor que es lícito e incluso bueno. Todo suma y todo influye. Si hay uniformidad en el mensaje hay muchas más posibilidades de que el niño aprenda unos valores sólidos y que estos no lo abandonen ya en toda su vida.

Desgraciadamente la casuística es muy variada, y está claro que esa uniformidad es a día de hoy difícil de conseguir. A un niño le pueden estar dando una exquisita educación en el colegio, pero al llegar a su casa se puede encontrar con una realidad antagónica respecto a aquello que los profesores le intentan inculcar. Es evidente que una sociedad no puede tenerlo todo bajo control. Lo que suceda en un hogar de puertas adentro, escapa prácticamente a toda posibilidad de análisis y enmienda. Pero todo lo demás debe ser coherente. Todo lo demás debe ser profundamente analizado, y en su caso enmendado, empezando por los patrones sociales, sobre los que las leyes tienen mucho que decir.

Enaltecer a la categoría de maestro, y aplaudir públicamente, a una persona que se gana la vida propinando dolor y agonía gratuitos a un toro, es un mensaje claramente contradictorio con aquel que se intenta transmitir en las escuelas, y que muchos padres y madres responsables pretendemos calar en la conciencia de nuestros hijos, que no es otro que el respeto por los seres vivos que nos rodean.

Pretendemos que nuestros hijos crezcan con un sentido de la ética lo más amplio y arraigado posible. El principio de no causar daño cuando ello es evitable debiera ser uno de los hilos conductores de la educación de todo niño.

La tauromaquia, y muchas fiestas populares basadas en el escarnio y tortura pública de un animal, son un claro mensaje contraeducativo. Son la justificación institucional de que propinar daño sin necesidad alguna es algo permisible, incluso bueno. Elevar a la categoría de arte o cultura una actividad que causa sufrimiento a un animal es la excusa perfecta para que aquellos niños que no han conseguido interiorizar con claridad el principio ético que comentaba, piensen que los animales son meros objetos animados al servicio de la diversión humana.

Cuando hay interés, los legisladores envían mensajes claros a la sociedad y a los jóvenes. Todos tenemos claro que quien es interceptado conduciendo con más alcohol del permitido lo paga caro. Sin embargo no existe un mensaje claro que nos indique que quien maltrata a un animal también lo va a pagar caro.

Los legisladores deben legislar sin tibiezas el maltrato animal y deben plantearse muy seriamente que tipo de mensajes quieren que reciban nuestros niños y jóvenes. Me hace mucha gracia ver como algunas cadenas de televisión se han hecho eco de la salvajada de Alhaurín, al tiempo que también informan a todo bombo y platillo de las grandes “hazañas” de los toreros. ¿Cuál es la diferencia?. Unos matan a golpes, otros con espada. Unos dan patadas, otros clavan banderillas. Unos van de calle, otros de luces.

Es execrable la actitud de esos vándalos en Alhaurín, y es especialmente vil y cobarde dada la extrema juventud del astado. Pero es evidente que esos jóvenes tienen un espejo en quién mirarse, se suelen llamar “maestros”, pero sus enseñanzas distan mucho de ser aquello que queremos que nuestros menores aprendan. Ellos enseñan que humillar a un toro es una gesta aplaudida socialmente, que provocarle sufrimiento hasta la muerte reporta dinero y prestigio social. Que quien aparece en la prensa no es precisamente el más inteligente, sino el más “valiente”. Y que el valor no se demuestra tomando arriesgadas decisiones que salvan vidas, el valor se demuestra matando cobardemente a un animal picado, banderilleado, cansado, asustado y acorralado en un ruedo sin salida.

¿Que valores pretendemos que tengan nuestros jóvenes?. ¿Nos tenemos que extrañar que hechos como los de Alhaurín o Torreorgaz existan?