Hay animalistas que nacen y otros que se hacen. Yo tuve la desgracia de no nacer animalista. En mi casa jamás hubo animales, cierto es que siempre me ha gustado la naturaleza, y que nunca se me ocurrió hacer daño a ningún animal.
Sin embargo yo era la típica persona que, en su deambular por la ciudad de Barcelona, tenía la rara habilidad de pisar todas las defecaciones caninas que se cruzaban en mi camino. Evidentemente esa habilidad me produjo un cierto rechazo hacia los perros. Cada vez que veía un can lo relacionaba con la pestilencia de mis zapatos.
En realidad, al igual que muchas personas, no conocía absolutamente nada de tan cariñosos, fieles e inteligentes animales. Era lógico, en mi niñez jamás tuvimos perros ni gatos en casa, además me casé con una persona que tenía un pánico enfermizo a cualquier especie del reino animal que no fuera un “Homo Sapiens” o “superior”.
Pero en la vida de las personas a veces se producen acontecimientos que cambian su rumbo y su forma de pensar. Tuve la inmensa suerte de que en 1999, recién separado de mi primera esposa, se cruzase en mi camino Maika, con quien comparto mi vida desde entonces, y a la que espero tener a mi lado cuando mi corazón deje de latir.
Al principio solo sabía de ella que tenía un perrito de raza pequeña (Beto) y algún gato en casa. Cada día dábamos largos paseos por su barrio, en compañía de Beto, pero nunca me invitaba a subir a su casa. Después me confesó que tenía cierto miedo a que me asustase y desapareciese.
Por fin un día subí a su piso, no sin antes hacerme las advertencias de rigor sobre como no asustar a los gatos. Cuando subí sólo me recibió Beto. Los cuatro gatos se quedaron inmóviles mirándome; sólo uno, negro como un tizón vino hacia mí y empezó a dar vueltas alrededor de mis piernas rozándolas con su cabeza y cuello suavemente. Yo, inmóvil, miré a Maika y le dije: estooo.......¿me está rodeando para luego atacar?. Maika se rió (bastante) y me dijo: no, en realidad le gustas y mucho!
Maika me enseño y explicó con paciencia como tratarlos, como se comportan, como entenderlos. Gracias a ella, y a su amor por los animales, he descubierto la alegría que se siente al llegar a casa y ser recibido por un montón de perros meneando la cola y dándote lametones, también he llorado cuando hemos perdido a alguno. Al tiempo que la inyección le hacía efecto y se iba yendo, mi corazón se rompía.
He tenido suerte porque hay mucha gente que se irá a la tumba sin haber tenido todos estos sentimientos, todas estas experiencias.
Este es mi pequeño homenaje de agradecimiento a una gran persona, que me ha dado un motivo más para vivir y luchar. No es única, hay otras muchas que se dedican también a luchar por el bienestar animal, que acogen perros, que los salvan de una muerte cierta, y muchas veces cruel, pero ella es mi esposa, y me siento muy orgulloso de su generosidad y de su sensibilidad.
También quiere, cuando nuestros hijos sean algo mayores, ir una temporada a África, como médico, para ayudar. Para que luego haya insensatos que digan que los animalistas son inmunes al sufrimiento humano. Cuanto cliché malintencionado se difunde. Cuanta ignorancia.
Si la mitad de la humanidad tuviese los sentimientos de la mayoría de animalistas que conozco, se acabarían las guerras y el hambre en el mundo. Pero es más fácil ser crítico con los demás y no ver más allá de tu propio ombligo.
Gracias Maika, y gracias a cuantos como tú dedicáis vuestra vida a la defensa de los animales. Ojala otros muchos pudiesen tener la misma suerte que yo he tenido.
Carles Marco
2 comentaris:
Me encanta como escribes y como describes lo que sientes. Es indiscutible que Maika debe ser una bellísima persona y evidentemente todo lo que la rodea, por eso te escogió a ti. Me han encantado tus palabras hacia ella. Ojalá muchos tuvieran la sensibilidad que tu demuestras. Un saludo y no dejes de escribirnos.
Pienso que la última gran conquista que le queda a la humanidad es extender lo que muchos describen como inteligencia emocional. Ësta es una forma de conocimiento y comprensión del fenómeno de la vida tal vez incluso muy superior a la del mero intelecto. Con ella podemos ser conscientes de que todo y todos provenimos de la misma materia primigénia y formamos parte, cada uno en su parcela evolutiva, del mismo milagro de la vida. Mirar a un perro o a cualquier otro animal a los ojos y percibir en su mirada algún sentimiento, que te une a él mucho más de lo que pueden separarte los millones de años de evolución de nuestros cuerpos y nuestros cerebros, es inteligencia emocional. Los animalistas, seguramente son los precursores de esa nueva humanidad a la que todos debieramos aspirar. No sé si esa capacidad se integrará en nuestros genes algúna vez como una adaptación positiva, por el momento la buena educación emocional y los valores que ofrezcamos a las nuevas generaciones son la clave para ir acercándonos dia a dia a esa nueva fase de nuestra historia.
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