dilluns, 16 d’abril del 2012

El Rey de la crueldad

Desde luego no es necesario ser rey para matar elefantes, tan solo hace falta tener dinero y ser cruel. Para matar a cualquier ser vivo se necesita una cierta dosis de crueldad. La dosis va subiendo a medida que subimos en la pirámide del reino animal. Así, para matar a un gato hay que ser un poco más cruel que para hacer lo propio con una lagartija. No digo que sea más justificable una muerte que otra, para mi ambas carecen de justificación, pero todos pueden comprender que para el asesinato de un mamífero, no ya por su tamaño, sino por su cercanía biológica al ser humano, se necesita una dosis más alta de crueldad que para hacerlo con un reptil de sangre fría.

Todo el mundo coincide en que matar a un ser humano es deleznable y totalmente condenable, las leyes así lo contemplan. La unanimidad se rompe cuando hablamos de animales.

Unos justifican la muerte de toda esa variedad de animales que sirven de alimento, ya que entienden que su muerte es necesaria. Otros justifican la muerte de aquellos animales que, como el toro, sirven para hacer gozar al respetable. Para ello desarrollan una compleja descripción del arte y la estética, en que lo único que no cuenta es el dolor y la angustia que siente el animal: todo por el espectáculo.

No me voy a entretener en analizar o discutir ni a unos ni a los otros, ni siquiera voy a hablar de la caza en España, ni a tocar una triste y desgarrada  balada por aquellos canes que dejaron de ser útiles a su dueño cazador, lo he hecho en muchas ocasiones. Hoy solo quiero centrar mi atención en un grupúsculo concreto de personajes, aquellos que disfrutan y pagan para poder abatir una pieza de las grandes.

Y es que para matar elefantes no sirve ni la excusa de la alimentación ni la del espectáculo. Matar elefantes se hace en “petit comité”, sin espectadores. Es prácticamente un goce solitario. Y debe producir placer en aquellos que lo hacen, puesto que para ello han tenido que pagar sumas astronómicas de dinero y desplazarse muchos kilómetros a un país, el único, que permite todavía la caza de un animal protegido en el resto del mundo.

Con un cerebro de 5 kg, el cerebro del elefante es el más grande de los animales terrestres. Se le atribuyen una gran variedad de comportamientos asociados a la inteligencia como el duelo, altruismo, adopción, juego, uso de herramientas, compasión y autorreconocimiento. Los elefantes pueden estar a la par con otras especies inteligentes como los cetáceos y algunos primates.



Pues a eso se dedica el rey de España, a asesinar mamíferos inteligentes. Desde luego no es mi rey, puesto que yo no lo voté, pero es el que figura como rey de mi país. Y no me gusta que aquél que dicen representarme sea tan cruel, egoísta y despiadado como para disfrutar asesinando elefantes.

No es la primera vez que se le conocen aventuras de este tipo, recordemos al tristemente famoso oso Mitrofan. Siempre se ha sabido de sus cacerías por algún incidente, ya que estas se realizan dentro de la categoría de viajes privados de su majestad. A saber cuantas muescas tiene su majestad en la culata de la escopeta de matar elefantes. Estoy seguro que él siempre ha sabido que estas actividades de su agenda privada causarían gran repulsa entre un buen numero de ciudadanos, es por ello que siempre lo hace con sigilo, viajando en avión privado y sin ningún tipo de publicidad. Pero es que no puede evitarlo, le causa placer asesinar animales.

Cualquier persona “normal” que en su más tierna juventud, como le pasó a él, matase a su hermano cuando “jugaba” con un arma, tendría tal trauma que sería incapaz de volver a empuñar un arma. Pero él no, él es diferente. Y esa diferencia es lo que a mis ojos lo incapacita para representarme.

Se ha armado un considerable revuelo sobre su actitud poco solidaria con esos jóvenes parados que dijo no le dejaban dormir. Se está hablando sobre el dinero que le ha costado esta cacería y sobre si este sale de las arcas del estado o de su bolsillo, como si todo lo que tiene no hubiera salido en realidad de nuestros bolsillos. Solo hay que recordar que cuando lo ascendieron al trono no tenía absolutamente nada.

Pero de toda esta historia, a mi personalmente, lo que más me duele es la muerte de ese pobre elefante. Ese elefante no tenía que haber muerto, y España no merece tener como rey a una persona tan cruel como para haberlo matado. 

Quiero una república. Quiero poder votar en las urnas a quien se supone me representa.